lunes, 22 de diciembre de 2025

EL INFIERNO DEL ODIO

 


EL INFIERNO DEL ODIO
JAPÓN (1963)
DIRECTOR AKIRA KUROSAWA
NOTA 4/4

Kurosawa tenía esa habilidad única para filmar el orden y el caos con la misma precisión. El infierno del odio es la prueba más elegante de ello: empieza en lo alto, en un salón con vistas a la ciudad, donde todo parece controlado, y termina abajo, en las calles donde la moral se disuelve con el calor y la pobreza. Y en medio, un secuestro que no es solo un crimen, sino una prueba.

La película se divide en dos mitades clarísimas. La primera es un ejercicio de tensión pura, casi teatral, con Toshiro Mifune como un empresario acorralado entre la ética y el dinero. Todo ocurre en interiores, con líneas rectas, humo y relojes que no dejan de avanzar. Pero la segunda mitad —esa que me queda grabada— es un descenso al infierno literal: la policía recorre barrios degradados, el tren se convierte en una pesadilla metálica, y la cámara se mancha, respira, se contamina.

Kurosawa cambia el tono, el ritmo y hasta la textura visual entre ambas partes. Lo que al principio parecía un dilema moral de despacho se transforma en una persecución llena de sombras, donde la justicia ya no brilla, sino que se arrastra. Es fascinante cómo el mismo director que domina la composición geométrica en interiores se lanza luego a un caos sucio y vivo, casi documental.

Y entre todo eso, la mirada de Toshiro Mifune. Su rostro es una guerra civil entre orgullo y culpa. Es de esas interpretaciones donde no hace falta una palabra: basta con verle respirar, mirar por la ventana, entender que ya no hay vuelta atrás.

Le puse un 9 sobre 10, porque pocas películas saben manejar tan bien esa fractura entre el deber y el remordimiento. La primera parte te encierra; la segunda te suelta… pero no te libera. Kurosawa demuestra que el infierno no está solo en la pobreza o en el crimen, sino en el espejo de quien se cree a salvo.





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